Estaba en uno de sus delirios creativos. Era tan intensa su costumbre de abstraerse, que su esposa le escribió ese día un papel recordándole que se habían cambiado de casa y de ciudad, para que no lo olvidara. Aun así, al salir de su laboratorio, Norbert Wiener caminó, como siempre, hacia su antiguo domicilio, atareado en una obsesión cotidiana, cuando sacó ese papel para garabatear su idea, le desagradó tanto que lo arrugó y lo desechó.
Al llegar a su antiguo domicilio recordó que se habían mudado, pero no recordó el nuevo domicilio y reparó en que lo había tirado y regresó a recogerlo. Una niña lo esperaba con el papel en la mano, y el sabio le dijo: “disculpe, ¿vería por aquí un papel tirado?”, a lo que la niña le respondió: “sí papá, mi mamá dijo que no lo olvidaras”.
Así o más extraña puede ser la vida de un sabio, sobre todo en si se es el creador de la cibernética moderna, un espíritu atormentado por escabrosos problemas matemáticos. Como un volcán a punto de nacer, se producía una tensión incontenible entre el parto de una idea en su tránsito a convertirse en solución un acertijo científico. Era uno de esos momentos y arremetió con especial arrugamiento de la frente y una furia eléctrica en la sinapsis neuronal de este hombre, que nació en Columbia, Missouri, en 1894 y murió en plena década de los sesenta, en 1964, en Suecia.
Circunvoluciones de una mente matemática
La cibernética se refiere típicamente al estudio interdisciplinario y emplazamiento estratégico de procesos de control comunicativo, en sistemas complejos constituidos por los humanos, otros animales, las máquinas y el resto de la naturaleza viviente. Esta palabra, que en griego se refiere a mecanismos precisos de gobierno y control, fue utilizado por primera vez por Norbert Wiener como referencia de ingeniería humana.
Wiener siempre fue una especie de niño prodigio, que se graduó en doctorado en matemáticas a la edad de 18 años, en la Universidad de Harvard, en parte gracias a la educación tiránica de su padre, Leo Weiner, quien decidió educarlo en casa bajo el más férreo rigor de un científico él mismo. Meses después ingresó en el legendario Massachusetts Institute of Technology (MIT), liberándose por fin del yugo paterno.
Más tarde estudió en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, con Bertrand Russell Sus ecuaciones integrales y sus “teoremas ergódicos”, dieron realidad a los principios de la cibernética en sistemas cerrados que funcionaban cíclicamente en un proceso de retroalimentación de la información; como algunas ametralladoras de gran precisión, al fin y al cabo estaba empezando la “guerra fría”.
En 1942, durante un congreso en Nueva York, presentó las semejanzas entre el cerebro humano y los robots y sistemas automáticos, acuñándose el paradigmático término de “feedback” o retroalimentación.
Pero la cibernética entraña un riesgo difícil de ver por su mecanismo transparente, y es su aplicación al control político-social, y se asienta en espacios que sacrifican distintas maneras de relacionarse con los mundos en que vivimos.
Wiener pensó en un sistema que brindara la imagen de un intercambio comunicativo entre seres heterogéneos; al registrar con todo rigor, monitorear, leer e interpretar estos datos, y respondiéndose unos a otros, para reproducir, modificar, defender, resistir, penetrar o diluir las mutuas barreras.
Cuando Wiener apreció que sus descubrimientos eran utilizados con fines bélicos, renunció para siempre a los acuerdos gubernamentales de apoyo a la ciencia, pero dejó una gran estela de conocimientos que hoy forman parte del léxico de los seres humanos y sus máquinas, informática, ciberespacio, cibernautas, son hoy palabras de todos los días.
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