En 1969 la República Federal Alemana celebraba elecciones legislativas y también se llevó a cabo el Grand Prix. Para ese año se habían formado tres grupos alemanes de tremendo impacto en la cultura de la música electrónica y avantgarde: Kraftwerk, Tangerine Dream y Can.

Eran tiempos de renovación, de cambio en el olvido. En mayo de 1945, veinticuatro años atrás, los nazis eran derrotados por el ejército soviético con la toma de Berlín, y las nuevas generaciones de alemanes deseaban enterrar, lo más pronto posible, el pasado inmediato de la posguerra y toda su carga histórica y cultural.

Una de las expresiones de este deseo de la memoria colectiva durante los años 60, buscaba dejar atrás el trauma del nazismo con ecuánime optimismo en la modernidad. Se procesaba una ansiada normalización de la vida social con una especie de conformismo, y que podría considerarse tedioso estancamiento, si no fuera porque solo era el preludio de un despertar de grandes alcances.

Hacia finales de la década el ambiente cultural empezaría a cambiar aceleradamente, desde la periferia hacia el corazón del mainstream de la industria cultural, incluso con propuestas de exitosa exportación.

Existía la voluntad de rescatar la identidad cultural germana luego de las enajenaciones hitlerianas, gestándose una nueva ola de exponentes en todas las artes, pero particularmente en música y cine. En febrero de 1962, 26 jóvenes directores de cortometrajes firman el manifiesto libertario de Oberhausen, en el marco del festival internacional del mismo nombre. Estaban en ciernes los cineastas Werner Herzog, Edgar Reitz, Rainer Werner Fassbinder, Volker Schlöndorf, Margarethe Von Trotta y Wim Wenders, con propuestas disímbolas que no hablaban de una tendencia, corriente o escuela, sino de experimentación libre, personalísima.

En la música experimental Karlheinz Stockhausen, ya era reconocido mundialmente como principal exponente de la vanguardia germana, líder de la escuela Darmstadt. Se erigió como una influencia penetrante en la música electrónica del momento y una fuerte inspiración en los tratamientos electroacústicos en la producción musical. Se entiende como una transición al empleo generoso de recursos electrónicos analógicos, desplazando progresivamente los instrumentos convencionales por sintetizadores.

Al cierre de los años 60 en la cultura juvenil alemana se seguían los modelos anglosajones. Casi todos los grupos locales de pop y rock imitaban el sonido británico y tocaban covers de música en inglés, con algunos acentos teutones. Pero hacia finales de esa década una nueva generación de grupos del oeste alemán –que se mantenía a la sombra de la “guerra fría” y las tensiones entre este y oeste–, sembraría las semillas del cambio con una creatividad sin ataduras ni estereotipos.

Krautrock, kosmische, elektronische musik: freakattitude

En los tempranos años sesenta con una proliferación de grupos se debatió en la denominación de esta explosiva escena germana, que claramente se diferenciaba del rock llamado progresivo, si bien los hilos conductores serían Velvet Underground y Pink Floyd, de la psicodelia al rock avantgarde con la integración definitiva de sintetizadores.

Prácticamente en todo el suelo alemán occidental crecía una constelación de agrupaciones de la más variada composición y propuesta, además de Can, Kraftwerk y Tangerine Dream, Neu!, Faust, Amon Düül, Popol Vuh, Cluster, Ash Ra Temple, Klaus Schulze, Guru Guru, Triunvirat, Floh de Cologne, y muchos más, algunos de ellos originariamente firmados en el legendario sello independiente Ohr Musik, de Rolf-Ulrich Kaiser y Peter Meisel, quienes después formaron Metronome para unir fuerzas con  Metronome en la producción y difusión de esta ola musical allende las fronteras germanas.

Nadie está seguro del origen del término “krautrock”, que tiene una raíz despectiva por un potaje a base de col que comían los alemanes en la primera y segunda guerras mundiales. Es decir, es una denominación peyorativa que a nadie gusta, y menos a los protagonistas de este “movimiento”, y algunos de ellos prefieren kosmische musik como dijo Edgar Froese, de Tangerine Dream, o elektronische musik, más cercano a los abrevaderos electroacústicos.  

En una entrevista en 2009, Ralf Hütter declaró que el nombre “krautrock” fue inventado posteriormente por algún idiota, porque en los años 70 se usaban términos como rock alemán, electro rock, freerock o música underground.

En todo caso, en este riquísimo y portentoso volcán musical teutón se desarrollaron las más interesantes manifestaciones de lo que se podría llamar una “freakattitude”. Sirve para calificar una conducta creativa no convencional, que se experimentaba alegremente, sin temor a romper moldes, sin rockstars a la anglosajona y que incluso incorporaban desenfadadamente acentos del folk alemán en desplantes de ironía dadaísta.

El virtuosismo era desplazado en favor de la experimentación, entre la psicodelia y la electroacústica, la improvisación y el jazz avantgarde, la música concreta y la electrónica modular analógica, en un momento en que empezaban a salir de las fábricas las bisabuelas de las computadoras personales. 

Afanes preparatorios Pissof y Organisation

Es bien sabido el trasfondo en la formación de Kraftwerk desde su origen son sus acentuados componentes de música electrónica experimental, el pop y la vanguardia alemana. La leyenda empieza en Düsseldorf en 1969 con Ralf Hütter (teclados, electrónica) y Florian Schneider-Esleben (flauta, violín, teclados, electrónica), quienes se conocieron en 1967 en la Academia de Artes en Remscheid y después siguieron estudios en el Robert Schumann de Düsserldorf.

Poco antes, en los primeros años fue decisiva la influencia y apoyo del padre de Florian, Paul Schneider, un arquitecto librepensador famoso y muy adinerado que inspiró en su hijo y amigos el apetito por planteamientos musicales avantgarde. Les facilitaba formidables aposentos para crear su música.

Formaron tempranamente PISSOFF con quien sería eventual bajista de Kraftwerk, Eberhard Kranemann. Fue el germen de Kraftwerk. Pero fue hasta que realmente se acercó a Ralf Hüter, estudiante de arquitectura, en un taller de improvisación de jazz, en 1968, cuando eclosionó la base del concepto originario, único, irrepetible, como el propio Hütter comentó con humor, hablaban el mismo lenguaje, eran Mr. Kling y Mr. Klang.

Este encuentro se fija en el nacimiento del mito como una especie de predestinación platónica, la reunión de dos almas afines que se acoplan a la perfección, como siameses. Incluso algunos amigos han dejado chascarrillos para la posteridad, al recordar con humor que en las fotografías de los primeros años, parecen un viejo matrimonio alemán, Ralf con chaqueta obrera, cabello largo y desaliñado y lentes de boticario, y Florian con saco inmaculado y corbata de oficinista feliz.

Sin embargo, en toda esta nebulosa de grupos nuevos regados por toda la geografía occidental germana. Se podían delimitar tres circuitos: Colonia, Ruhr, Düsseldorf. Al sur Bonn, Koblenz, Frankfurt, Mainz, Mannheim, Stuttgart, Ulm y Munich, y al norte: Brunswick, Hanover, Bremen, Hamburgo y Berlín. Pero a diferencia de sus colegas, Kraftwerk detenta una diferencia específica: una aproximación al pop desde una estética totalmente electrónica.

Es una transición que durará aproximadamente 5 años, desde que Ralf y Florian se conocen en y empiezan a experimentar, y forman junto con otros músicos una agrupación bastante ecléctica. Ya desde entonces Ralf y Florian deseaban nombrar Kraftwerk, pero se decidieron temporalmente por Organisation, solo por una razón comercial, habían firmado con la rama londinense de la RCA, que les pedía un nombre más amigable con la lengua inglesa, para producir el álbum Tone Float en 1970.

Una formación muy rockera, compuesta por Fred Monics en las percusiones, Butch Hauf en el bajo, Basil Hammoudi en las vocales, Florian en la flauta y violín convertido electrónico y Ralf con su órgano Hammond, y eventualmente que utilizaba entonces a manera de modulador de sonidos o sintetizador artesanal, emulando el piano preparado de John Cage.

El trabajo es muestra fiel del espíritu del momento en el oeste de Alemania. El primer tema, “Tone float”, que titula el álbum, son 20 minutos de eclecticismo puro en improvisaciones que van del jazz hasta la música tribal africana, en clave francamente psicodélica, muy de la época. Se entregó el disco a la RCA y parecía que con eso acabaría esa aventura preliminar y se tomaron una pausa.

Pero al muy poco tiempo se reanudaron las actividades con Organisation, al programarse algunos conciertos, que fueron bien recibidos. Poco después Andreas Hohman dejó el grupo, que continuó como trío con Klaus Dinger. Posteriormente se sumaron Michael Rother en la guitarra y Eberhardt Krahnemann en el bajo, quinteto que duraría una corta temporada.

En una entrevista reciente, Rother recuerda que en la breve temporada en que Schneider debió regresar a la escuela, se unieron a Kraftwerk él y Klaus. Schneider tocaba con un violín electrificado por medio de una caja de efectos, una flauta tratada con delay, con un módulo que bajaba una octava el tono, y utilizaba el sonido como un bajo a toda velocidad era algo nunca realizado antes. Al salir Krahnemann, sorpresivamente ¡le siguió el propio Ralf Hütter!

Durante seis meses Schneider y Dinger tocaron en vivo. Destaca particularmente una sesión de 35 minutos en el estudio de Conrad “Conny” Plank, que nunca se transmitió. Hicieron una presentación para la TV germana en 1971: Florian con su flauta y su equipo electrónico, Rother en la guitarra y Dinger en la batería. Poco después de esta grabación Dinger y Rother partieron para formar el grupo de culto Neu!

Al regreso de Hütter él y Schneider deshicieron formalmente Organisation y adoptan el nombre definitivo de Kraftwerk (central eléctrica, pero también energía y trabajo). Concepción metafórica que involucra los valores de trabajo y energía, trabajadores del sonido, artesanos, precursores del DIY y filosofía maker, el estudio musical como un taller-laboratorio musical de art-pop.

En un principio utilizaban primitivas cajas de ritmos, osciladores caseros y los instrumentos musicales incorporados en interfaces que estiraban los sonidos producidos por la flauta y el violín. Capas sobre capas filtradas en resonancias texturizadas con variaciones de tono en un límpido sonido de asombrosa frescura, por parte de Schneider una total inmersión en una espesa fase experimental.

La línea de trabajo parecía muy clara, una estética basada únicamente en sonidos artificiales, proceso que avanza gradual pero consistentemente hasta que quitaron de en medio los instrumentos musicales para dejarlos como elementos accesorios de tono y melodía.

Para ser independientes tenían que ser autosuficientes, y decidieron diseñar y construir su propio estudio, el legendario Kling Klang, aunque el nombre surgió un poco después, y se convirtió en el laboratorio donde se sumergieron en el misterioso mundo de la experimentación y la síntesis del minimalismo pop del sonido electrónico.

Uno de los valores fundamentales de Kraftwerk en 50 años de existencia, es su independencia total, sin estándares ni protocolos, moldes ni modas. Por eso resulta del todo insólito que fueran tan rápidamente aceptados en el difícil mercado de masas en Estados Unidos, sobre todo a partir del lanzamiento de Autobahn en 1974. Schneider se vanagloriaba, con ganada razón, de que este espíritu independiente les dio siempre una libertad absoluta, incluso financiera, para hacer siempre lo que quisieran, sin concesiones, ni vender su imagen a marcas o comprometer su trabajo por contrato.

Kraftwerk antes de Kraftwerk: arqueología de un protoplaneta.

Existe una intensa polémica acerca de la propia valoración del trabajo en los primeros años de la formación de Kraftwerk. Es bien sabido que sus fundadores, Hütter y Schneider, consideran el verdadero inicio del grupo a partir de 1974, con Autobahn.

Después de la aventura de Organisation se publican dos discos homónimos Kraftwerk 1 y Kraftwerk 2, seguidos por el álbum Ralf and Florian, trilogía que conforma algo así como una etapa embrionaria que sus propios creadores desdeñan incluso reniegan, que Schneider tachaba de “solo arqueología” cuando se le preguntaba, etapa de la cual han preferido no hablar ni que se mencione.

Ciertamente en ese punto aún no contaban con el equipamiento para completar sus ideas, siempre apoyados por los buenos oficios del productor Conny Plank, quien de alguna manera influye en el estilo de algunos tratamientos electroacústicos.

Kraftwerk 1 contenía ya los ingredientes germinales de un estilo característico y una estética única en su concepción sonora y melódica. La innovación en la libre exploración acústica, sin pretensiones, pero también sin limitaciones, hacia una concepción física del sonido, en busca de un nuevo tipo de música, llevaría a prescindir de la intervención de instrumentos convencionales.

De hecho ese fue un gran problema para la incorporación de un baterista de fijo, ya que la base rítmica de sus creaciones requería de un minimalismo impasible, difícil de comprender o de aceptar por bateristas de rock.

Cuando salió a la luz Kraftwerk 2 en 1972, Hütter y Schneider trabajaban de nuevo integrados en equipo. Grabado con un baterista en vivo, los ritmos del álbum recaen solamente en la caja electrónica de ritmos, creando una atmósfera robótica sin precedentes. El concepto de música tecnológica era en ese entonces algo más que extraño para la mayoría de los músicos y las audiencias. Sin embargo esa profundidad experimental emanada desde el corazón del Kling Klang, se barnizó con una fórmula futurista e imaginería pop.

El álbum, Ralf and Florian fue lanzado en 1973. En la medida en que experimentaban con sonidos simples pero asombrosamente innovadores, se revelaba un impulso estético dicotómico: la música tecnológica con un trasfondo de exploración y experimentación, con un formato pop art, con una fina mirada irónica que permitía intervenir en la experiencia del público con una propuesta radicalmente distinta al paradigma del rockstar.

Algunos testimonios de quienes estuvieron cerca de este pasaje de leyenda, aseguran que lo que no convencía hasta el momento era el tratamiento de las percusiones, que en muchos momentos se escuchan demasiado mediterráneas. Entonces se reencontraron con un conocido, Wolfgang Flür, quien se integra rápidamente como baterista.

Este momento es culminante en el futuro desarrollo del concepto Kraftwerk. Su concepción y configuración inicia en 1973 cuando Hütter y Schneider se reúnen con Flür, a quien conocían desde la formación del grupo de rock-art Spirits of Sound. Se quedan de ver en el Mata Hari, un lugarcillo nocturno en Düsseldorf frecuentado por modelos, divas de la disco music, mafiosos y “fashionistas”, según escribe el periodista Paul Moody en 1974 en Melody Maker.

Salieron del antro subieron al VW gris de Hütter, para dirigirse a Mintropstrasse, en el centro de Düsseldorf, en el edificio amarillo donde se aposentaba el Kling Klang. Una perfecta guarida futurista kitsch, con una clásica lámpara dorada de cuello de cisne con una piña de plástico, y un arreglo de los instrumentos no como se esperaría en un estudio musical sino como laboratorio, cada nicho de aparatos con el nombre de pila de Ralf y Florian cpon tubos de neón.

Flür quedó prendado al ver todo ello y que utilizaban sintetizadores maravillosos a los que podían arrancar desde un sonido aterciopelado hasta lo más agresivo. Acto seguido se muda al número 9 de Berger Allee, al departamento de Emil Schult, expupilo del artista Fluxus, Joseph Beuys. Un lugar tapizado de óleos de paisajes futuristas y ciencia ficción setentera. Emil se incorporó como “asesor conceptual” del grupo y enseguida trabajaron en la nueva imagen, la clásica de Kraftwerk.

Adoptaron como marca los trajes de hombres de negocios, las corbatas a la inglesa, inspirados en las estatuas vivientes de Gilbert & George, cuya exhibición en Düsserdolf en 1970 impactó la imaginación de Hütter y Schneider. Un escape deliberado tanto del pasado reciente, para recuperar la estética minimalista del Bauhaus, como de la iconografía lasciva del rockstar system de cabelleras largas y jeans ajustados. Otra postura disruptiva tiene que ver con el rechazo a cantar en inglés, como una autoafirmación de la cultura pop alemana de la posguerra.

La estética de maniquíes robóticos y la máxima de llevar el arte a todos los aspectos de la vida, marcaron para siempre la filosofía de Kraftwerk y solo faltaba la incorporación de Karl Bartos para dar inicio a una de las aventuras musicales más creativas e influyente de los últimos 50 años.

El álbum Autobahn, empezó a grabarse en el verano de 1973 en dos lugares, la granja estudio de Conny Plank en Holperath, 30 km al sureste de Colonia y en el Kling Klang, cableado con el estudio móvil de 16 canales de Plank estacionado en la calle. Los críticos apuntan que nunca antes se había realizado algo semejante en la forma de producir música pop-rock.

Por primera vez se utilizaron equipos electrónicos como fuente principal frontal y central del sonido. Una caja de ritmos Mestro Rhythm King, y un conjunto de sintetizadores analógicos de última generación en ese tiempo: Minimoog, EMS Synthi AKS, ARP Odyssey. Se utilizan muestras primitivas de sonidos y grabaciones de campo y un tratamiento accesorio de guitarra, flauta, arpa, piano acústico y eléctrico.

La definición de un sonido nuevo acababa de nacer, una mezcla entre instalación sonora y épica pop, con un álbum de título y primer tema, de ¡22 minutos 47 segundos! como una bandera de subversión, un viaje virtual sobre la futurista Autobahn, la autopista A555 entre Colonia y Bonn, que no tiene límite de velocidad. Más tarde se editó una versión para la radio, principalmente destinada al mercado estadounidense, donde el disco vendió de inmediato 500 copias disponibles y escaló en el Bilboard de manera asombrosa.

Para mediados de los años 70 había depurado una fórmula musical que según el mismo Ralf Hütter “es una continuación del futurismo temprano”, refiriéndose al movimiento vanguardista italiano de principios del siglo 20, enarbolado por Filippo Tommaso Marinetti y los experimentos sonoros de Luigi Russolo.

Los sintetizadores y cajas de ritmos utilizados en la producción de sus discos no solo se convirtieron en un estilo inigualable, sino en una influencia definitoria en el ADN sonoro de géneros fundacionales, desde el synthpop, tecno, hip-hop, electro –beats hipnóticos, minimalistas, samples, cajas de ritmos generados únicamente con aparatos electrónicos– tienen resonancia en cada nuevo avance en las escenas contemporáneas de la música electrónica, con una influencia duradera y vigente, incontrovertible.

No te pierdas la segunda parte de esta historia.