Tularosa es un vocablo que contiene elementos de invocación, fonética mística que concita encuentros y confluencias atemporales. Una dimensión espaciotemporal que se extiende en el desierto improbable de la imaginación ritual, de lunas y de sangre, furores y ambiciones afiebradas. El suspiro que es cántico y lengua mágica, es conjuro y hechizo en la cuerda trémula de una historia murmurada por el viento.
Kamara Thomas, empezó en 2016 a pergeñar la confección de Tularosa: An American Dreamtime, un trabajo de vocación transdisciplinaria que se publica como álbum de forma independiente el 13 de mayo de 2022. Pero las mutaciones en el camino han dado al concepto un carácter poliédrico, que ha involucrado al teatro y al cine en una multiplicidad de configuraciones performativas en diversas locaciones.
El inclemente tapiz de Nuevo México es el escenario perfecto para el ensueño de la cuenca de Tularosa, sublunar zona desértica, de blancura sobrenatural, ha sido disputada desde hace siglos en distintos momentos por las tribus apaches y comanches, después por pobladores rancheros mexicanos, desplazados por los granjeros tejanos y la aplanadora del capitalismo ferrocarrileros, hoy zona federal militar, de granjas solares y lugar favorito para la prueba de misiles.
Kamara recupera esta zona como vórtice dramático donde se extingue, renace y se recicla la mitología norteamericana del oeste bravo, el de las dramáticas migraciones, matanzas, abigeato y leyendas pistoleras.
Para la realización del álbum, integrado por 11 tracks, participaron 10 músicos ejecutando múltiples instrumentos acústicos y sintetizadores, cinco vocalistas, y diseño de sonido por parte de David Font-Navarrete.
Es un trabajo de vocación ecléctica que abreva de tradiciones folk que van desde los cánticos autóctonos ancestrales, el rythm and blues, el molde psicodélico para un dreampop de raíces fincadas en Fleetwood Mac, Neil Young, The Band, en una envoltura narrativa de diseño sonoro en una historia de fibra épica.
Tularosa: ¿Cómo es que esta tierra de gran simbolismo interesó a Kamara?
Todo empezó en 2005 cuando leyó el libro de C.L. Sonnichsen, “Tularosa: Last Frontier of the West” que contenía una plenitud de pequeños historias de esa región de Nuevo México. Como la de la familia Fountain, lectura que iluminó la imaginación y fascinación de la joven con el Oeste Salvaje, arraigado en una niñez que vio innumerables veces la serie de “El Vaquero Solitario”, “The Cisco Kid”, y las películas de Clint Eastwood
Las canciones han sido inspirados por la mezcla de caracteres históricos recortados del libro y de la propia historia estadounidense, personajes —que van de Donner Parter a Billy the Kid, quien se encontró en Tularosa la encrucijada de su destino en la persona de Pat Garrett— al deliciosamente oscuro Eugene Manlove Rhodes, apodado el “cronista vaquero” por sus novelas baratas sobre el estilo de vida cowboy.
El álbum abre con una nebulosa de sonido ambiental “Basin desert (intro)”, de poco más de un minuto, pórtico arenoso para entrar a un oasis melódico bucólico con la pieza nominal “Tularosa”, 8 minutos que discurren desde una sutil pincelada de acuarela vocal que se hace coro en clave lullaby, con una letra de vena poética que se desliza subrepticia pero contundentemente en su lirismo:
On the banks of a leper white desert
The cattlemen claimed Tularosa
The farmer then fought with the herder
In the distance I stood with my father.
Un imperceptible crescendo de un despertar de suave prisma solar.
En el interludio “Crows speak”, Kamara presenta una breve levitación drónica de cuerda en tenue estiramiento de textura lumínica gaseosa.
“Oh gallows” es una pieza lírica de reminiscencias oscuras, del espíritu del legado tribal, en el imborrable tendido de horcas y el reclamo sordo en el desierto. Un tambor hipnótico, una lánguida guitarra eléctrica y el cántico onírico se conjugan en un trance evocador de cicatrices orográficas.
En “Rolling away” el despliegue lírico en guitarra reverberante, que da entrada a un blues del desierto, que se desenvuelve con soltura en territorio post-pop, cuerdas etéreas y un sutil trazo vocal, la melodía transita con el carácter de una batería y la voz de Kamara en uno de sus mejores momentos, al cantar
Your principles fly on the cold northern wind
High hungry Sierra come a-hunting again
Swallow the silence, try your last chances on
She’ll blow and she’ll tarry till you’re all dead and done
You’re rolling away
El tono da continuidad orgánica para dejar la potestad a las cuerdas de una guitarra acústica de límpido rasgueo con “Last ride to Las Cruces”, con su cántico de lamento topónimo en la encrucijada fantasmal donde se encuentran Billy the Kid y su verdugo, Patt Garret en un irónico juego con la muerte. “American Dreamtime (Interlude II), es un suave efluvio drónico en la densidad de una noche negra en el desierto.
Con una sensibilidad elegiaca, “No peace at Appomattox” es un himno oscuro a los campos poblados de fantasmas que aún huelen a sangre fresca, azotados por la injusticia del despojo. En el tercer interludio del disco,”Yee Haw, caw caw! (Interlude III)”, emana del corazón profundo de la cuenca de Tularosa. La pieza “Eugene Manlove Rhodes” es un homenaje al escritor del mismo nombre, el “cronista vaquero”, una pieza de country con ribetes de rythm and blues, guitarra, batería, armónica, y tramas de tuba y trombón, y la característica voz de Kamara Thomas, en una oda a su héroe que despertó para ella el universo Tularosa.
Cierra el álbum con “Diluvian Hymn (outro)”, un minuto y medio de “lluvia desértica”, un plano tenue de grabación de campo en loops alternados con pulsos de silencio, el grito enmudecido del desierto.
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