La historia de Kraftwerk / Guía total / 4. Máquinas con alma: The Man-Machine

Hay muchos dichos y versiones sobre la razón de presentar el nuevo disco de Kraftwerk en París, en la primavera de 1978. The Man-Machine fue el motor de aquella decisión de llevar hasta las últimas consecuencias el concepto techno pop. Probablemente fue el éxito en Francia de Trans-Europe Express, con 350 mil copias vendidas o la tradición gala del gusto por los autómatas y robots.

Después de la reacción en cadena tras la primera gira, sorprendentemente triunfal, en Estados Unidos, replicada en Londres, después en Alemania misma, donde el grupo había tardado en deslindarse de la etiqueta krautrock, así que todo estaba más que listo para el lanzamiento del séptimo álbum de Kraftwerk: The Man-Machine

Para los cuatro de Düsseldorf era la oportunidad de dejar claro de una vez por todas que no habría concesión alguna en su visión de una música creada enteramente por máquinas. Y esto quedó más que patente cuando se presentaron en el club Le Ciel de Paris, en una premiere exclusiva para 300 personas en el piso 56 de la Torre Montparnasse, el punto más alto de la capital francesa en 1978.

La velada sería intensamente roja, como literalmente anunciaba el nombre del concierto, Soiree Rouge. Las camisas de Ralf, Florian, Karl y Wolfgang, tan rojas como las que vestían cuatro maniquiés mecánicos de tamaño real, apostados en el escenario, ante cientos de franceses atónitos. Rojas también las luces titilantes emanadas de las lámparas montadas en trípodes, distribuidas por todo el recinto, en un inquietante y cautivador ambiente de futurismo vintage. No dejaba de llamar la atención por su semejanza con la estética totalitaria soviética y nazi pero con una pátina de humor pop.

Los cuatro maniquíes, con camisas rojas, labios rojos, corbatas negras, de apariencia andrógina, iluminados por unas pequeñas luces también rojas, parpadean estroboscópicamente y se activa el Showroom dummies. ¡Bienvenidos al futuro!

Los humanos aman a sus máquinas

El lanzamiento de The Man-Machine significó un paso decisivo y tangible hacia el futuro. Como una nave espacial que se desprende lentamente de la cápsula, Kraftwerk dejó atrás definitivamente las reminiscencias del romántico laboratorio analógico, para abrazar la revolución digital en ciernes y la cultura de la computadora personal, que explotaría en los años 80, en una onda expansiva que no se detiene 42 años después, con androides de bolsillo.

Los seis tracks contenidos en el séptimo álbum desde la amalgama autoral Ralf & Florian, son un catálogo de viajes sonoros entre secuencias de voces procesadas, sintetizadores y cajas de ritmos. Como en los anteriores discos, en The Man-Machine encontramos la semilla o la definición de un momento musical en su trayectoria. En una gama sonora que va del naciente eurodisco y el llamado new wave al cierre de la década de los 70 y al synthpop de los 80.

Aunque las letras refieren cada vez más a la automatización y deshumanización, como muestra el video oficial, el binomio humano-máquina es más promisorio que nunca, vínculo indisoluble con el futuro. Como dijo con claridad Florian Schneider en una entrevista en octubre de 1978 para la revista Starlog:

“Se trata de una interacción por ambos lados. La máquina ayuda al humano y el humano admira la máquina. En cuanto a nosotros, amamos nuestras máquinas. Tenemos una relación erótica con ellas”.

Para 1977 los robots se habían integrado a la cultura popular de masas gracias al inicio de la saga Star Wars y sus carismáticos R2-D2 y C-3PO. Los robots habían llegado para quedarse, atravesar innumerables aventuras en la imaginación de los seres humanos, películas, prototipos, experimentos que finalmente llegan en los años 20 del siglo 21, el tangible toc toc de los androides, incluidos los sexuales, la inteligencia artificial y la cómoda automatización del internet de las cosas.

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¡Deliciosas cancioncillas robóti-Pop!

Otra de las novedades en este disco es el debut de Karl Bartos como autor de temas de Kraftwerk, aunque su participación, como la de Wolfgang Flür, tiende a ser subestimada por el dúo dominante.

La presencia de Bartos, percusionista de educación clásica se unió al grupo para la gira de conciertos de EE.UU. en 1975, y desde entonces agregó briznas de especias del pop, tanto americano como europeo, con especial seducción para el público, entre el R&B y el avant-garde.

El disco contiene dos de los éxitos más emblemáticos y definitorios en la trayectoria de Kraftwerk, “The robots”, que se convirtió en himno y distinción icónica en la figura de los androides que se escapan a la pista de baile. El coro el ruso “Ya tvoi sluga / Ya tvoi rabotnick”, “Soy tu esclavo, soy tu obrero”, hacen bizarra connotación del marxismo soviético a la vez que se declaran “trabajadores de la música”, ante la sobreexplotación del “artista celebridad”.

Ralf Hüter dijo en una entrevista con Rock & Folk en junio de 1978:

“el mito del artista importante ha sido sobreexplotado. Ya no encaja en los estándares de la sociedad moderna en la que reina la producción en masa”.

En este álbum se exploran distintas paletas musicales, y melodías entrañables como “Neon lights”, en un esplendor en 9 minutos de una balada nocturna synth, con delicadas florituras electrónicas de variada esencia, pieza que inspiró versiones de distinta fórmula por parte de U2, Orchestral Manoeuvres in the Dark, Simple Minds, entre otros.

Otro éxito de este disco, un tanto atípico para el estilo kraftwerkiano, según algunos críticos, “The Model”, también ha prohijado célebres covers, fue escrita por Hütter y Bartos, con apoyo en la letra de Emil Schult, viejo amigo del grupo. La canción que habla de la frivolidad de la belleza monetizada y el glamour de la moda, se inspiró en la modelo Christa Becker, relato que después negó Hütter, quien aclaró que no se basó en alguien en particular. Inicialmente fue lanzado en alemán como sencillo, pero al ser incluido en The Man-Machine llevó al álbum a la lista Top 10 hit album.

Otro melódico motor de impacto es la pieza “Spacelab”, con clara referencia a la tónica electro-eurodisco de Giorgio Moroder, y que generó una cierta controversia por la semejanza, como se verá más adelante.

Uno de los temas clave de este álbum es “Metropolis”, en explícita alusión al film clásico de Fritz Lang (1927), es una suerte de homenaje discotrónico a una simbología con la que se identifica plenamente Kraftwerk. Así se expresó con la proyección de fragmentos de la película durante la presentación en París de The Man-Machine. Hütter dijo a la revista Future que si alguna banda musical saliera en Metropolis, esta sería Kraftwerk.

Es el tipo de ciencia ficción con el que se identifican, sentenció, por si habría alguna duda.  Sin embargo, en algún momento se les propuso musicalizar el filme y rechazaron la oferta.

El otro tema que hace historia es el que lleva el título del álbum y lo cierra, “The Man-Machine”, regresa al tema de una humanidad robotizada, pero con humorístico matiz, con una voz androide a-la-Beach-boys.

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Manifiesto robótic-pop 1978

Una vez que grabaron el álbum The Man-Machine, en el Kling Klang a principios de 1978, Kraftwerk tomó una de las decisiones más raras, al decidir que la mezcla de los tracks sería con la participación del ingeniero de audio, Leanard Jackson, tan solo porque vieron sus créditos junto al nombre de Norman Whitfield, productor y autor legendario de Motown, que se hizo muy popular por sus trabajos con The Temptations y Marvin Gaye.

La historia cuenta que Jackson no sabía nada de Kraftwerk cuando tomó el vuelo hacia tierras germanas, y esperaba encontrarse con una banda afrodescendiente de música disco, y para empezar fue todo un shock enfrentarse a los gélidos aires bajo cero de Düsseldorf.

Al final la aportación de este productor fue mínima, y aunque la influencia de Kraftwerk en el posterior estallido hip hop, la experiencia con el funk y R&B terminó siendo muy pálida. Después de la un tanto paródica presentación de maniquíes ante el público parisino, la acogida de la prensa musical en general para el nuevo álbum fue variopinta, al salir al público en abril de 1978, pero en general fue positiva.

Por primera vez lograron la portada de una revista, en este caso New Musical Express en Reino Unido, pese a que el grupo se negó tercamente a que les tomaran nuevas fotos y enviaron las que deseaban, otra muestra del férreo control que ejercían sobre su imagen y lo que se publicara de Kraftwerk. Ciertamente que se generaron algunas exclamaciones de perplejidad con la estética asociada al totalitarismo soviético, pero en general se tomaron como una puntada divertida del grupo, ante la inclusión de temas rítmicos de fuerte acogida, conectados con la moda discoteque.

Una reseña de Mitchell Schneider en Rolling Stone de ese 1978 expuso que escuchar The Man-Machine es “una exquisita tortura… Un sonido tan aséptico que los gérmenes morirían en él”, pero también concedió que su frialdad “es extrañamente placentera, en un modo extraterrenal”.

Como quiera, el álbum logró una modesta posición en las listas de popularidad. Llegó al Top 20 en Alemania y Francia, pero apenas pintó del otro lado del Atlántico. Más tarde escaló hasta la posición número 9 en Inglaterra, y alcanzó el estatus de “disco de oro” por las más de cien mil copias vendidas.

Los especialistas, como Stephen Dalton, consideran que el legado de The Man-Machine es más cultural que comercial, ya que arribó en el año cero del post-punk, 1978, con lo que su lanzamiento es oportunamente crucial en el proceso de dar forma y sonido al naciente movimiento new wave.

Para David Buckley en su libro Kraftwerk publikation, (Londres, 2015), el año 1978 es un parteaguas en la trayectoria del grupo, específicamente sobre el concepto de futurismo en el que celebran la alegre simbiosis humano-máquina. Y más allá de las entusiastas declaraciones de Schneider a la prensa de entonces, sobre la relación erótica y romántica con la máquina. En el camino hacia su propia permanente reinvención, años después lograron robotizarse y presentar sus réplicas cibernéticas en concierto.

¿Realmente se trataba de colocar al sintetizador y a la computadora como los mejores amigos del hombre? pregunta el biógrafo –más  que el perro y la esposa, ni siquiera el automóvil–, la computadora ha sido el hilo conductor en la cultura popular hasta la glorificación y fetichización de la laptop y más recientemente del teléfono móvil, para muchos una compañía indispensable, literalmente parte de sus vidas, un pequeño exocerebro conectado globalmente.

El uso de tecnologías musicales y la indumentaria de alguna manera anti-rock, se montan en un look corporal muy delgado, de apariencia fresca, cabellos cortos o esculturales, colores exaltados o eléctricos, de empatía con el futuro. El cambio de paradigma cultural-musical significó también reiniciar la máquina del pop para mostrar contundentemente su potencial electrónico, pero a cambio de un rompimiento de moldes que en su momento no se entendió cabalmente: la transición del héroe deidad del rockstar system al científico del sonido, se aceleró en el momento en que se masificó la producción de sintetizadores y cajas de ritmos.

El año 1978 también fue el debut del grupo Devo con su primer LP, también del sencillo electro-punk “Warm leatherette”, de Daniel Miller, del disco Systems of romance, de Ultravox, y las primeras producciones de Tubeway Army de Gary Numan, año en que se formaron The Human League, Orchestral Manoeuvres in the Dark y Yellow Magic Orchestra… Un Depeche Mode en forma embrionaria.

En este punto hay otra leyenda urbana sobre Kraftwerk, cuando se dice que la futura estrella del pop, Michael Jackson, se obsesionó con The Man-Machine, y se afanó en buscar al grupo para concertar una cita e incluso platicar de una posible colaboración. El siempre hermético, Ralf Hütter, alguna vez escapó de sus labios un bizarro relato sobre haberse reunido con el atribulado Jackson en un edificio en Nueva York repleto de asistentes “clones” de Jackson, pero años después negó que dicho encuentro hubiera sucedido.

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Mash-up: androides en la disco Kraftwerk Vs Moroder

La semejanza de “Spacelab” con el molde de Giorgio Moroder, que algunos cayeron en la tentación de señalar algún tipo de plagio a lo que estaba haciendo el productor tirolés, sobre todo con el tema “From here to eternity”, un éxito del año anterior, 1977, que también da nombre al álbum y que es señalado como un precursor de la música house en EE.UU.

Tanto era el parecido que se le preguntó a Florian qué pensaba de ese disco de Moroder, y respondió que mucha gente en Alemania le había preguntado si era el nuevo disco de Kraftwerk, pero el düsseldorfense opinaba al revés, que Moroder era quien saqueaba los sonidos de Kraftwerk.

Pero quizá la comparación sea que confluyeron en el tiempo. Kraftwerk y Moroder eran diametralmente distintos, subraya Buckley, pues mientras que Moroder gustaba de la celebridad, le encantaba la parafernalia rockstar y sus estudios, Musicland era de puertas abiertas para un sinnúmero de artistas y posers, la banda de Düsseldorf era más bien hermética, con un Kling Klang vedado para extraños, y sobre todo una estética y temática muy alejada del sensualismo casi pornográfico de la música de Moroder: si se compara “The Robots” con ” I feel love”, la diferencia es abismal.

Mientras que para los cuatro de Düsseldorf todo lo que hacían era arte, y se consideraban obreros de la música, para el productor de Donna Summer y Roberta Kelly, la música disco no era arte ni nada tan serio, declaró en entrevista.

“La música disco es para bailar, y yo sé que la gente siempre deseará bailar”. Y el propio Moroder expresó su opinión sobre Kraftwerk, positiva en cuanto a la música por la pureza de su sonido, pero consideraba facilonas sus melodías y su música demasiado artificial, basada solo en el sintetizador. Y al saber que habían contratado al productor ex-Motown, Leanard Jackson, Moroder enfatizó que seguramente quieren vender más y vieron su error (sic). A Moroder se le considera el padre de un estilo de música disco sazonada con sintetizadores y técnicas electrónicas de estudio, pero siempre conservando los sonidos instrumentales, género emergente que se denominó electro-disco.

Pasado y futuro, el legado de Kraftwerk

En ese calor primaveral parisino estaban esos clones mecánicos, rudimentarios, los artistas metaforizados como maniquíes en un escenario para anunciar el advenimiento del paradigma cibernético. Y este anuncio vaya que fue contundente, con la portada de diseño impactante, de colores totalitarian-pop, en homenaje al artista soviético El Lissitsky, con la tipografía diseñada por Karl Klefisch, y la fotografía de Günter Fröhling de los cuatro de Düsseldorf, con un explícito sensualismo andrógino cabaret kitsch.

En una entrevista en 1978, Florian Schneider aseveró que “Kraftwerk no es una banda, es un concepto, lo llamamos el Hombre-máquina. Kraftwerk es un vehículo para nuestras ideas”.

Pero queda claro que todo se circunscribe a una decisión específica de imagen corporativa, misma que se mantiene durante años de trayectoria. En la vida cotidiana se divertían como cualquier persona, comenta Wolfgang Flür en su autobiografía I was a robot (Londres, 2000)

A diferencia de los anteriores álbumes, deja atrás la nostalgia por el pasado y se concentra en el sonido del futuro, los conceptos que dominarán nuestras vidas por las siguientes décadas, como los avances tecnológicos en inteligencia artificial y automatización.

En su libro Kraftwerk, future music fron Germany (London, 2020), Uwe Schütte hace ver que a partir de The Man-Machine se definió la identidad corporativa del grupo, con los colores rojo, negro y un poco de blanco, incluso los carteles y publicidad, además de la indumentaria, uniformados, humanos aspirantes a ser robots, con pantalones grises, camisas roja y corbatas negras y los pálidos rostros con un toque de lipstick rojo.

Pero no se trata de un concepto distópico de la máquina y su relación con los seres humanos. Por el contrario, para Kraftwerk las máquinas tienen alma, que “ha sido siempre parte de nuestra música”, apuntó Hütter, para agregar que “el trance está hecho de repeticiones, y todos buscan un trance en la vida […] Por eso, las máquinas producen un trance absolutamente puro”.

La idea y concepto de máquinas “tocando” instrumentos se remontan al siglo XVIII y los autómatas, con sus maquinarias de relojería y dispositivos mecánicos que buscaban de alguna manera reemplazar al ejecutante. Jacques de Vaucanson, y los hermanos Pierre y Henri-Louis Jaquet-Droz dominaron el oficio y crearon autómatas increíblemente realistas a principios de ese siglo. Y la afición francesa por los robots musicales se mantiene hasta el siglo XX, con Les Robots Music en los años 50 y 60, y décadas después Daft Punk.

En el libro de Pascal Bussy, Kraftwerk: Man, Machine and Music (Londres, 2001), Florian Schneider dijo sobre los robots que “la imagen del robot es muy importante para nosotros, es muy estimulante para la imaginación de las personas […] El robot puede ser una imagen, una proyección, una reflexión, un espejo de lo que ocurre -creo que la gente entiende eso. No tienes que explicarlo, creo que las cosas se explican por sí mismas”.

El relato en The Man-Machine, seguirá contándose porque su efecto de larga duración no acaba de expandirse, y pasar a la categoría de culto. Los temas “The Model” y “The Robots” han sido utilizados infinidad de veces para los más variados propósitos. Una multitud de cameos son indicativos de esa influencia indeleble para la cultura musical contemporánea, en particular para el curso que ha tomado la música electrónica desde entonces, hasta invadirlo todo, no hay álbum incluso pop y hasta folk que no utilice alguno de los recursos de estudio inventados en el Kling Klang.

Curiosamente, como concluye Stephen Dalton en su artículo sobre este disco en el número especial de la revista Uncut, lo que en ese momento el séptimo álbum de Kraftwerk fue considerado por algunos fans como frío, artificial, cuarenta años después suena cálido, romántico, pero nos recuerda lo que dijo Hütter a la revista Starlog sobre las máquinas: “ellas juegan con nosotros como nosotros jugamos con ellas. Somos hermanos. No son nuestras esclavas. Trabajamos juntos, ayudándonos mutuamente a crear. Las personas temen perder humanidad ante la tecnología. No tiene sentido. Un ser humano en contacto con una máquina, se vuelve más humano”.

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