Donde quiera que estemos, lo que más podemos escuchar es ruido. Cuando lo ignoramos, nos disturba. Cuando lo escuchamos, lo encontramos fascinante. John Cage
El oído es la caverna de entrada a una galería de circunvolutivas resonancias, múltiples vibraciones, ondas invisibles, estímulos de fuentes externas diversas. En una sináptica minería neuronal los ruidos y sonidos asumen dirección y forma mental, conceptual, ocupan memoria, ondulan dimensión, espacio y significado en un ambiente aural vivo, donde incluso el silencio, está en permanente mutación. En el proceso también cambiamos y transformamos los sonidos del e exterior, creamos nuestra propia narrativa sonora, única, irrepetible, aunque compatible, socializable, con un portentoso impacto emocional, imaginativo, y que hasta en los sueños y fantasías, ruidos, sonidos y músicas, se manifiestan en una experiencia que ha dado milenariamente forma a construcciones socioculturales sublimes: la música y todas las formas del arte sonoro.
Es precisamente que la creación de arte a partir del ruido y el sonido trasciende toda tradición musical, en una red de sucesos y adaptaciones en millones de años, aprendizajes, asimilaciones códigos y condicionamientos evolutivos, en un intrincado tejido de socialización en progreso y cultura en tiempo real, concentrada en una sola escucha, compartida colectivamente.
La experiencia sonora como preludio del horizonte musical se remota en la nebulosa prehistoria, cuando nuestros ancestros se relacionaban de una forma orgánica con su entorno, atribuyendo a algunos fenómenos naturales de facultades mágicas, potestades divinas, expresada en la tradición occidental en la dialéctica entre lo apolíneo y lo dionisíaco, en el nacimiento de las artes, música, poesía y danza, en dicotomía con el arrebato de la sensación, el movimiento, los tambores desaforados y flautas pánicas del tiempo y la memoria.
El estudio del sonido desde una perspectiva biopsicológica parte de la premisa de que el cerebro humano ha desarrollado mecanismos de adaptación, condicionamiento y abstracción, biológicos y mentales, habilidades auditivas que evolucionaron a lo largo de millones de años para procesar y responder a los estímulos auditivos en diversos y complejos ecosistemas, desde la prehistórica sabana africana hasta el corazón de una ciudad contemporánea.
Nuestro aparato auditivo es asombrosamente sofisticado, especializado y flexible, capaz de detectar y distinguir una amplia gama de frecuencias y patrones sonoros, que hacen posible producir y decodificar una comunicación compleja, interactuar con nuestro entorno y entre nosotros, vivir en un mundo vivo y cambiante.
En una nutrida nube de referencias científicas en materia de neuroacústica, en su impresionante libro The Cognitive Continuum of Electronic Music, 2022, el compositor de origen turco, Anıl Çamcı, profesor de Performing Arts Technology en la Universidad de Michigan, EE.UU., documenta que la mente procesa los estímulos sensoriales con base en lo ya experimentado. El sistema de audición absorbe constantemente nueva información de su entorno y la compara con las experiencias almacenadas. La experiencia guardada de un sonido comparte un espacio perceptual altamente correlativo con la experiencia presente del sonido mismo.
Esto explica que nuestro conocimiento existente de posibles secuencias de sonidos apoya el reconocimiento acústico. A través de estas interacciones entre la memoria y la experiencia, los ambientes estructurados que coevolucionan con un contexto establecido para nuestras experiencias auditivas.
Como resultado, nuestras experiencias pasadas impactan nuestra apreciación de futuros encuentros con el fenómeno de la escucha. Desarrollamos representaciones cognitivas del fenómeno auditivo como elementos de eventos significativos ocurrentes en nuestro ambiente cotidiano; estas representaciones son colectivas en términos de su relevancia para la pertenencia del observador a una comunidad o experiencias.
La biopsicología del sonido también aborda el fenómeno de la sinestesia, la interconexión espontánea entre diferentes sentidos. Sinestesia auditiva, en la percepción de colores, formas o texturas al escuchar música. Esto implica que la manera en que nuestro cerebro procesa el sonido está intrínsecamente ligada a otras áreas sensoriales y cognitivas.
Las investigaciones en la biopsicología del sonido plantean nuevas preguntas y desafíos, particularmente en lo referente a la plasticidad cerebral y las diferencias individuales en la forma en que se experimenta el fenómeno acústico.
Flujo sonoro interminable.
Esa facultad de inmersión auditiva en el tapiz sonoro de todos los días, en el medio ambiente, y también la creación organizada de sonidos construida históricamente con instrumentos y sistemas de convenciones, técnicas, notaciones, tradiciones y escuelas, en el arte sublime que llamamos música. Distingue a los seres humanos en la construcción de sentidos a partir de sensaciones, inducción emocional de alto simbolismo, espectros narrativos, culturales, a partir de una percepción auditiva primaria, formada, “educada” desde temprana edad, en la creación de significados que se producen, reciclan y resignifican, con encuentros y rupturas, tradiciones y revoluciones, desde las élites de la experimentación y el clasicismo escolástico hasta la cultura popular y de masas.
En ningún sentido puede separarse el estímulo sonoro de una sensación altamente enriquecida por las circunstancias del entorno y la intencionalidad codificada en la fuente sonora capturada y manipulada. La estimulación auditiva tiene una capacidad única para conectar con emociones de una manera que puede ser muy poderosa y visceral, y afectar profundamente el estado de ánimo, una mentalidad, e incluso una filosofía determinada, hasta ideología y militancia, así de potente es la importancia de la música, el ruido y el sonido en la banda sonora de la humanidad.
El sonido y la furia, trueno y silencio.
Estos mecanismos de las respuestas emocionales a la música, se desarrollaron desde tiempos ancestrales desde una imitación de los sonidos y ritmos del entorno ecológico: los vientos, los ríos y mares, las tormentas, la fauna y los latidos telúricos… Sonido en movimiento transformado en una incursión sublimada, mimética, gestual, relacionado con las capacidades nemotécnicas, de aprendizaje, vinculado estrechamente con el lenguaje y la comunicación narrativa con el poderoso combustible de la imaginación, en un proceso de ida y vuelta, quien crea la articulación sintáctica del sonido, y de quien la escucha.
La experiencia emocional del sonido se debe a la forma en que está estructurado, a su calidad originaria, timbre y textura. Puede ser una experiencia muy personal y subjetiva, y variar radicalmente de una persona a otra, dependiendo de sus antecedentes culturales y experiencias personales, hábitos de clase, patrones de gustos adquiridos y contexto situacional, sin olvidar la condición mental, psicológica, fisiológica y anatómica, todo lo cual condiciona la escucha del ruido, del sonido y de la música. Lo que es innegable que el sonido tiene el poder de evocar las emociones más profundas en el ser humano, desde sus orígenes más remotos.
En 1994, el compositor Michel Chion, se refirió a la “escucha casual” como una categoría de fuentes de un sonido. Este reflejo estaría enraizado en la disposición evolutiva de nuestro sistema de audición para localizar e identificar eventos; incluso en ausencia de una información adecuada, “la caza del sistema de percepción” en su intento de agregar significado a cualquier información que pueda reunir. Desde este enfoque, todos los sonidos pueden ser considerados como signos: la percepción de un sonido indica algo más allá del sonido mismo, en tanto que el sonido no puede existir como una abstracción pura” (Çamcı, p.46).
Los psicólogos de la música Patrik Juslin y Daniel Västfjäll proponen seis mecanismos que concurren –interdependientes, pero no necesariamente todos ni en una jerarquía particular–, en la percepción meta musical del aparato auditivo humano: 1) reflejo encefálico, desde las señales vibratorias del mecanismo timpánico; 2) imaginería visual, detonada a partir de las connotaciones aprendidas; 3) memoria episódica, que remite a esos momentos de los sucesos sonoros aprendidos e instalados en el imaginario colectivo, que deriva en un 4) condicionamiento evaluativo, el raciocinio que califica la valencia del sonido; 5) expectativa musical, construida a partir de la experiencia, y 6) efusión emocional, referida al efecto de respuesta en la experiencia de la escucha, que cierra el círculo que une a quien creo con quien escucha el sonido, la música.
Las manifestaciones del ruido y su transformación sensorial-emocional-mental se acompaña, complementa, se reproduce y enriquece en la sonósfera*, en el plano evolutivo con el uso conciente de recursos acústicos, hasta su conversión en instrumentos artesanales. Desde los más próximos como la voz, en cánticos y soplidos convertidos en silbidos, las onomatopeyas, palmadas y golpes de las plantas de los pies en la tierra, en la danza primitiva y la rítmica, hasta el uso de materiales, para la percusión, la caña para la flauta, el arco y la lira, pero siempre la danza, la voz, el drama, la embriaguez dionisiaca de los sentidos.
* La “Sonosfera” es el ambiente acústico que abarca todos los componentes de sonidos u. objetos sonoros así como sus cualidades espaciales si es un ambiente abierto, cerrado, grande etc.
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